Objetivamente, Casa de Baixo es una casa de aldea tradicional de la zona de
Lugo. Tiene más de 200 años de antigüedad. En ella vivieron generaciones de
nuestra familia, y tanto la construcción como quienes la ocuparon siempre
mantuvieron un estrecho vínculo con la ganadería y la agricultura, como era
tradicional en este tipo de viviendas donde el hombre convivía con el ganado
en el mismo edificio. De hecho, la arquitectura de la casa refleja
perfectamente esta estructura vital.
Con el paso del tiempo, la casa se fue deshabitando progresivamente, algo
que conllevó el deterioro y abandono de la vivienda.
Se trata de un edificio de piedra de notables dimensiones, de 14 por 16
metros cuadrados en cada una de sus dos plantas, y de ocho metros y medio de
altura en su parte central, por lo que mantener el edificio correctamente
nos era totalmente imposible.
A finales del siglo pasado creímos que la única forma de conseguir que Casa
de Baixo siguiese viva era reconducir su historia hacia el turismo rural.
Y así, con una inocencia que aún ahora me asombra cuando la recuerdo, fue
como iniciamos la rehabilitación de la vivienda y de su entorno.
Dejamos de lado la objetividad y os hablamos de un proceso que nos ha
costado un esfuerzo tremendo en todos los aspectos: personal, afectivo,
económico… Casa de Baixo no deja de pedir; cada cosa que se hace en ella
exige otra, y otra, y otra… a cambio nos recompensa atesorando toda la vida
y todo el amor que han puesto en ella las personas y los animales que la han
habitado desde hace más de dos siglos; atesorando toda la vida y todo el
amor que han puesto en su recuperación mis padres y mis amigos, mucho más
imprescindible que cada una de las piedras que la conforman.
Mi padre nació aquí, en una “lareira” que había donde ahora están las
escaleras, y me gusta lo que veo en sus ojos cuando con ellos mira la casa.
Cuando os hablamos de “la casa” no nos referimos exclusivamente a la
edificación principal, sino que también a los alpendres y habitáculos que la
conforman y que se disponen alrededor de una era de majar que es su
epicentro.
Estamos situados en la parte de abajo de aldea pequeñita (de ahí el nombre
de la casa), al lado de una zona boscosa con fragas de árboles autóctonos,
principalmente robles y castaños, y un pequeño río, o Vilamoure, que está
jalonado por numerosos molinos abandonados.
En cualquier estación del año, destaca la intensidad que en esta naturaleza
tienen los colores; sigue habiendo zonas en las que las copas de los árboles
son tan densas que no dejan pasar los rayos del sol, y esto crea unos
parajes muy especiales donde, además, hay bastante fauna salvaje.
De aquí también nos gusta el silencio que se respira. A veces, parece que se
paró el tiempo.
La casa tiene en total seis habitaciones. Las hemos distribuido respetando la
estructura original del edificio, de forma que la casa es como un cuadrado
dentro de un segundo cuadrado que es donde están situadas las habitaciones.
Aunque no lo hubiéramos procurado, cada habitación es diferente, ya que
hemos puesto en ellas los muebles que tenía la casa y que restauramos, y
también otros que hemos ido comprando y arreglando con el tiempo.
También procuramos alegrar un poco los cuartos iluminándonos con colores
vivos en las paredes.
Cada habitación está pintada en distintos tonos, y en cada una de ellas hay
cuadros y objetos diversos que les aportan singularidad y belleza.
Los cuartos de baño también son diferentes; los hay más alegres y también
más sobrios.
Salón:
Este espacio común es el corazón del piso superior de Casa de Baixo.
Es un lugar amplio y profusamente decorado con una pared que recrea
simbólicamente una escena de pastoreo y que contrasta con un cuadro
figurativo clásico que recrea la misma escena.
Tenemos un pequeño chinero o alacena donde exponemos la vajilla que había en
la vivienda antes de la restauración.
Es un espacio de convivencia, ideal para compartir momentos, juegos o
películas.
Tienda:
Este es el nombre que tiene el espacio que dedicamos a bar, recuperando su
sentido originario, ya que hace muchos años pasaba por aquí el camino que va
de Lugo a Portomarín, y entonces aquí se vendían chiquitos de vino y los
míticos “mataquintos”.
Ahora está adaptado como un lugar para complementar las opciones de ocio que
tenemos.
En el está el horno antiguo de la casa, donde se cocía el pan. También lo
hemos rehabilitado.